domingo, 14 de noviembre de 2010
Estábamos jugando al escondite y me tocó a mí ponerme contra la pared y contar hasta cien... noventa y ocho, noventa y nueve, cien. Abrí los ojos y comencé a buscar.
Miré primero en el polvoriento desván donde se guardan los sueños rotos; miré en el jardín desierto, sembrado de periódicos viejos y hojarasca; miré en la arboleda donde robábamos manzanas y avellanas; miré en las negras galerías del fuerte de Guadalupe; busqué en la playa, en el espigón, y entre las ruinas de la Venta de pescadores...
Y llegué hasta el aeropuerto, donde se me hizo insoportable el olor a plumas quemadas... pero no encontré a nadie. No había nadie.
Casi treinta años más tarde aún sigo buscando.
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