El otro día me llamaron de Euskadi Irratia; en el programa Kontu Kontari hicieron un monográfico sobre PARAGUAS; pusieron mi canción "Guardasolak Reggae" y luego estuvimos charlando un ratito... pero como siempre en estos casos, entre los nervios y la falta de práctica y el euskera oxidado, uno se queda sin saber qué decir, no hace más que balbucear y reír nerviosamente... pero lo que en realidad me habría gustado decir sobre el asunto es que las personas somos plantas, que al llover abrimos nuestras flores (que serían los paraguas); paseando bajo la lluvia, entre la marea de flores negras, a veces uno descubre un flor luminosa... qué bonito...
domingo, 2 de noviembre de 2014
martes, 7 de octubre de 2014
sábado, 6 de septiembre de 2014
Esta mañana me han llamado desde Irun, y me han dicho que por lo visto en "El Diario Vasco" han publicado una breve reseña (con foto y todo) sobre el disco. Aquí pongo el enlace: http://www.diariovasco.com/bidasoa/201409/06/cantautor-escritor-jeremiah-alcalde-20140906000234-v.html
miércoles, 20 de agosto de 2014
Qué tal amig@s. Sin duda el Moncayo que veo desde mi ventana es una montaña mágica. Me acaban de comunicar que he ganado el primer premio (y ya van cinco premios literarios) de "Memorias y Cuentos del Moncayo" de la Asociación Cultural "La Diezma" de Grisel (Zaragoza).
miércoles, 30 de julio de 2014
viernes, 27 de junio de 2014
Bueno, bueno... ya... después de 12 años... nuevo disco de Jeremiah. Podéis escuchar la primera canción (en calidad mp3, claro) en esta dirección de MySpace: myspace.com/jeremiahalcalde/
Más adelante iré colgando alguna más. A ver qué os parece... (Por cierto, en esta canción el cantante no soy yo; se trata de Juan "Juanillo", ex cantante de Ke Rule. El título: "Para ser viento"
domingo, 12 de enero de 2014
Para ir haciendo tiempo mientras llega el nuevo disco, aquí va una pequeña historia (casi verídica)que escribí hace unos años y que tras quedar finalista en el I premio literario Manuel J. Peláez, fue publicada en un libro editado por el colectivo Manuel J. Peláez.
Falsas apariencias Lo supe nada más entrar en el bar: aquel tipo no era camarero. Servía las cañas… con demasiado cuidado, sin la soltura que se le supone a alguien que ha pasado toda su vida, en jornadas de ocho horas o más, atrincherado al otro lado de un mostrador. Además estaban sus manos… demasiado fuertes y morenas, y aquella mirada indómita… y su cara curtida, más de pescador o tal vez de militar, no sé, pero desde luego no era la cara de un camarero. Cogí mi cerveza y un pinchito de ensaladilla rusa –que sería toda mi cena aquel día- y me senté en una mesa del fondo. Una vez instalado saqué mi libreta de tapas negras y comencé a escribir algunas ideas que se me habían ocurrido aquella misma tarde, de camino al bar. Ideas como: “No te rompas corazón, aún queda mucho invierno, todavía”. Y también: “Sabes bien que la luz del sol no está hecha para tu alma solitaria”. Pero no pude seguir. No podía dejar de pensar en el camarero. Cada vez estaba más convencido de que aquel hombre no era camarero. Entonces reparé en que él también me observaba de reojo. Mis manos comenzaron a sudar. Simulé que no me daba cuenta de sus miradas y estuve un rato garabateando en mi libreta monigotes y estrellitas, y haciendo como que limpiaba mis gafas sin cristales. Hasta que ya no pude más. Cerré de golpe mi libreta negra y me levanté de la mesa. Tropecé varias veces con otros clientes del bar y me largué de allí –vaya, sin pagar- lo más rápido que pude, antes de que el camarero, que no era camarero, se diera cuenta de que yo… tampoco era poeta.
Falsas apariencias Lo supe nada más entrar en el bar: aquel tipo no era camarero. Servía las cañas… con demasiado cuidado, sin la soltura que se le supone a alguien que ha pasado toda su vida, en jornadas de ocho horas o más, atrincherado al otro lado de un mostrador. Además estaban sus manos… demasiado fuertes y morenas, y aquella mirada indómita… y su cara curtida, más de pescador o tal vez de militar, no sé, pero desde luego no era la cara de un camarero. Cogí mi cerveza y un pinchito de ensaladilla rusa –que sería toda mi cena aquel día- y me senté en una mesa del fondo. Una vez instalado saqué mi libreta de tapas negras y comencé a escribir algunas ideas que se me habían ocurrido aquella misma tarde, de camino al bar. Ideas como: “No te rompas corazón, aún queda mucho invierno, todavía”. Y también: “Sabes bien que la luz del sol no está hecha para tu alma solitaria”. Pero no pude seguir. No podía dejar de pensar en el camarero. Cada vez estaba más convencido de que aquel hombre no era camarero. Entonces reparé en que él también me observaba de reojo. Mis manos comenzaron a sudar. Simulé que no me daba cuenta de sus miradas y estuve un rato garabateando en mi libreta monigotes y estrellitas, y haciendo como que limpiaba mis gafas sin cristales. Hasta que ya no pude más. Cerré de golpe mi libreta negra y me levanté de la mesa. Tropecé varias veces con otros clientes del bar y me largué de allí –vaya, sin pagar- lo más rápido que pude, antes de que el camarero, que no era camarero, se diera cuenta de que yo… tampoco era poeta.
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